"Lo que nos preocupa no es tanto la
violencia directa como la estructural: no tanto las acciones
concretas, sino las injusticias sociales, que matan a mucha gente de
hambre o por no tener las condiciones mínimas de
vida."
"Por un lado se dice: qué mala es la
violencia, pero por el otro: sólo si eres violento se te hará
caso"
" Los padres y madres tienen nuevos retos
y no saben hacerles frente. Se ha pasado del autoritarismo violento
a una falta de autoridad absoluta"

"Si dicen: vamos a bombardear Kuwait por
intereses geoestratégicos y económicos, por el petróleo, ¿la
población lo va a entender? No, entonces hay que dar motivos que
suenen bien."
"La mayoría de la gente es de formas
violentas, pero fundamentalmente sumisa. Se queja pero se aguanta.
Hay mucho interés en mantener esa sumisión, y si participas se te
intenta criminaliza" |
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Texto: Elena F. Vispo / Fotos:
NAN
Francisco Cascón Soriano es profesor en la licenciatura de
Cultura de Paz (Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos,
Universidad Autónoma de Barcelona), y le encantan los conflictos.
Son, dice, inevitables y un motor de evolución. Cascón es además
miembro del Seminario Permanente de Educación por la Paz de la
Asociación Pro-Derechos Humanos, y colaborador del Centro de
Investigación para la Paz de Madrid. Paz es la palabra que abunda en
su currículum, y no es una paz quieta: combina reflexión con
movimiento, identificando problemas y afrontándolos de forma no
violenta. Implica, especialmente, pensar y actuar más allá de lo
obvio. Para ello en la Cátedra Unesco se centran en el campo
educativo, entendido en un sentido amplio: la escuela, los padres,
la educación no formal... Es, ante todo, una educación para la
acción.
-¿Vivimos en una sociedad violenta? -Yo creo que hay
bastante menos de lo que parece. En estos momentos, sobre todo, hay
una exacerbación de una serie de comportamientos y actos, lo que
solemos llamar violencia directa. Pero no creo que estemos en una
sociedad más violenta que antes, probablemente es que estamos más
sensibles a estas cosas. Por otro lado, desde la cultura de paz
lo que nos preocupa no es tanto la violencia directa como la
estructural: no tanto las acciones concretas, sino las injusticias
sociales, que matan a mucha gente de hambre o por no tener las
condiciones mínimas de vida. Y curiosamente, desde ese punto de
vista las cosas están igual o peor. Es preocupante, porque la
mayoría de la gente no identifica la violencia estructural como tal.
Si alguien golpea a alguien, todo el mundo dice: qué bruto, qué
bárbaro. Pero, sin ir más lejos, en este país hay desde hace años
dos millones de parados, que se ven como algo inevitable. La
violencia estructural genera la mayor parte de las guerras, y a la
gente que no mata, la mantiene en una situación de indignidad
humana.
-Durante mucho tiempo se habló de un gen de la violencia, pero
ahora se enfoca como un tema educacional y social. ¿Cómo cambiar un
esquema por otro? -Efectivamente, de toda la vida ha
habido dos culturas, una que dice que la violencia es innata al ser
humano, y otra que dice que no, que es donde nosotros nos movemos.
Lo que es innato es la agresividad, que no es lo mismo que la
violencia. La agresividad es fuerza vital, pulsión, instinto de
supervivencia... Es lo que nos hace ser personas y no marionetas.
Los medios de socialización pueden canalizar esa fuerza vital hacia
la no violencia, y para eso hace falta mucha fuerza y mucha
agresividad: construir es más difícil que destruir. En ello, el
ámbito educativo tiene un papel importante, y también los medios de
comunicación. Por ejemplo, últimamente en los medios de comunicación
parece que hay una guerra abierta en las escuelas. Y desde luego que
hay problemas, pero no más que antes, que se daban en cuatro
ámbitos: las últimas edades de primaria, en secundaria, en formación
profesional y en la calle, porque muchos niños y niñas a partir de
cierta edad no seguían estudiando. Ahora estas cuatro cosas se
concentran en secundaria, y hay problemas porque no se ha formado al
profesorado para hacerles frente. También los chavales de ahora son
más cuestionadores. Mientras nosotros somos los chavales de la era
televisión, ellos son de la era Internet: interactúan, quieren
participación y ya no admiten estar callados escuchando un
rollo.
-¿Hasta dónde llega el papel de los medios de
comunicación? -Desgraciadamente, se ha decidido que sólo
la violencia es noticia. En Kosovo, durante bastante tiempo, hubo un
movimiento popular muy fuerte, que no salió en prácticamente ningún
medio de comunicación europeo hasta que no empezaron los bombardeos
y la guerra directa. Es preocupante, porque por un lado se dice: qué
mala es la violencia, pero por el otro: sólo si eres violento se te
hará caso. En televisión, la parrilla infantil es la más violenta de
todo el horario, y el mensaje de fondo es un acostumbramiento, un
parecer que la violencia es un juego. Sobre todo, acostumbra a
actuar ante los conflictos de forma negativa.
-¿De qué forma se resuelve un conflicto
positivamente? -Ni siquiera hay que resolverlo. En las
escuelas mucha gente nos pide un curso de resolución de conflictos,
esperando unas recetas mágicas. Yo siempre bromeo con que hace
tiempo salió un libro: Resolver conflictos en clase. Y el subtítulo,
muy significativo, era: Cómo mantener a los niños tranquilos.
Nosotros creemos que el conflicto es sinónimo de vida, y la primera
reflexión que hacemos es no verlo como algo malo, sino convertirlo
en una herramienta de aprendizaje, porque en la vida hay conflictos
y aprender a enfrentarlos es tan importante como las matemáticas. No
hablamos de resolución porque no es tajante: tú enfrentas una
situación y la mejoras, pero surgirá otra y luego otra... Alguna
gente habla de transformación.
-Mucha violencia tiene lugar en el seno de la familia,
institución que siempre se ha presentado como un refugio. ¿Cómo es
posible esta doble lectura? -Está relacionada con la
diferencia entre violencia directa y estructural: uno de los
problemas que lleva a consentir el maltrato es la dependencia
absoluta por parte de la mujer. De todas formas yo insistiría en
la educación, en este momento los padres y madres tienen nuevos
retos y no saben hacerles frente. Se ha pasado del autoritarismo
violento a una falta de autoridad absoluta. Los padres saben lo que
no quieren hacer, no quieren reproducir lo que ellos sufrieron, pero
al mismo tiempo no saben qué hacer. El autoritarismo me parece muy
malo, pero la autoridad es positiva porque los chavales necesitan
referentes, unos límites para tener pistas de por dónde ir, incluso
para que luego se los salten, pero que luchen por saltárselos, que
aprendan el valor del esfuerzo. Si esto lo juntas con la tendencia a
considerar que el conflicto es malo, y con un ritmo de vida que
lleva a que los padres no tengan casi tiempo para tratar con sus
hijos, es un cóctel terrible. Por eso los padres necesitan espacios
donde decir lo que les pasa y les preocupa.
-Cada vez más, las guerras no son tanto la consecuencia de
desacuerdos entre estados, sino que se trata más de problemas
internos, raciales, religiosos, tribales. ¿La cultura de paz empieza
por uno mismo? -Bueno, yo creo que ésos son los motivos
que se nos presentan, porque los otros no son políticamente
correctos. Si dicen: vamos a bombardear Kuwait por intereses
geoestratégicos y económicos, por el petróleo, ¿la población lo va a
entender? No, entonces hay que dar motivos que suenen bien. Por eso
desaprender la guerra es uno de los temas que trabajamos, analizando
las causas reales de las guerras, cómo se genera la cultura del
enemigo. Y viendo las consecuencias: antes uno de los motivos para
declarar una guerra justa era que sólo murieran combatientes, pero
en las guerras actuales el 90% de las víctimas son civiles. Es
demencial, se habla incluso de daños colaterales. Claro que son
colaterales, como bombardean desde tan alto...
-¿Qué valor tiene entonces el cambio personal? -Es
que esto no quiere decir que, efectivamente, desde la cultura de paz
se plantee que el trabajo personal va paralelo al colectivo. Insisto
en que debe ser paralelo, porque mucha gente sigue diciendo: hasta
que no te cambies tú no puedes cambiar el mundo. Pero el mundo es
más que una suma de cambios personales, hay también temas
estructurales. Pero si no hay un trabajo personal de transformación,
tampoco puede haber coherencia, ni un discurso sano y lógico en lo
que estás proponiendo hacia afuera. Esa coherencia es un
planteamiento típico de la no violencia. Cosa que desde la izquierda
siempre se ha separado, podías ser un revolucionario fuera y un
dictador en casa.
-¿Qué mecanismos hay para implantar una cultura de
violencia? -Desde la cultura de guerra se intenta
socializar la agresividad de dos formas: llevar a la violencia
directa o a la sumisión. Creo que abunda más la segunda, porque la
mayoría de la gente es de formas violentas, pero fundamentalmente
sumisa. Se queja pero se aguanta. Hay mucho interés en mantener esa
sumisión, y si participas se te intenta criminalizar. Mira lo que
pasó en Génova, la mayor parte de la gente está actuando, así que se
intenta vincularles con la violencia directa, porque todo el mundo
la reconoce como mala. Entonces se mete a policía infiltrada, se
fomenta que los grupos fascistas entren en la manifestación y se les
deja actuar. El interés está en criminalizar para que la gente diga:
esto es malo. La lucha contra la globalización es mala, los del 0,7%
son malos, los ecologistas son malos...
-¿Por qué se crea esa cultura del enemigo? -No surge
espontáneamente, se ha creado para que en un momento dado se te
pueda manipular y convertir en un combatiente. Volvamos a los medios
de comunicación, por ejemplo, con los inmigrantes. Con ser un tema
preocupante, lees los medios de comunicación y pareciera que nos
están invadiendo. Cuando en este país, si hacemos cifras, todavía
hay más emigrantes que inmigrantes. Pero yo no creo que esa
exacerbación sea casual. Que se nos presente a Marruecos como el
enemigo, cuando por otro lado el Ministerio de Defensa español le
vende armas permanentemente. Y si es nuestro enemigo ¿por qué le
entrenamos militarmente? Por eso insisto en que claro que fomentan y
potencian nuestras cosas personales, pero no caigamos en que somos
malos individualmente. ∆
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